jueves, 4 de marzo de 2010

No es fácil amordazar al poeta que llevamos dentro

Dicen que debajo de la narradora escondo un poeta. No lo combato porque marca el estilo de mi prosa, pero trato de evitarlo. Sin embargo, aflora en cada línea que escribo.
Griselda Gómez, la “gripoe”, querida amiga, poeta y periodista de “La Mañana de Córdoba”, me llama por teléfono y me dice: Fijate en ese fragmento de la página 48 de tu novela “5 Hombres”. Y lee:

“Pensé en lo que me había costado llegar, y no había llegado a ninguna parte. Tenemos siempre la edad de la guerra, pendulando entre el horror y la menti-ra. Me abrí camino por los títulos prohibidos y el polvo de la literatura lícita; luché contra la soledad y el pecado; enhebré los misterios del rosario con los de mi propia carne y sólo recibí vacío a cambio. Supliqué afecto, sin advertir que los otros también habían sido atacados, pero igual, o peor que yo, sobrevi-vían en una maqueta a medio terminar entre el caos y el castigo.
Sólo queda el amor de mi madre. Siempre el amor de mi madre”.

(Lo dice Ana, la mujer alrededor de la cual giran los cinco hombres).

Otro poeta, ex amigo, supo señalar esto en la página 258 de mi novela “De guerreros y fantasmas”:

“Apoyada contra el auto da comienzo a la ceremonia. Es la misma ple-garia, siempre:
El perfil inclinado del Colchiquín acuna tu sueño. Tanto fuiste, que hoy tus cenizas alimentan la montaña. Tu lecho es roca y tierra. No estás solo, los dioses del antiguo volcán te cuidan.
Tu nombre y tu recuerdo, ceniza de tus huesos y tu carne, y la ropa que llevabas aquella madrugada, y las alpargatas blancas que te pusimos, para que emprendieras el viaje vestido como siempre te vimos en tu paisaje de tierra rojiza.
Y el aire no sabe que es octubre
ni la luz
sin embargo, la rosa
y el pájaro”.

Lo escribí como una elegía a la muerte de Gustavo Roca, mi marido, ocurrida en diciembre de 1991.
Cada vez que voy a Totoral, pasando Barranca Yaco, desde la ruta miro el lejano perfil de las Sierras Chicas y busco la silueta inclinada del Colchi-quín, y pienso:
Ahí, en Ongamira, esparcimos tus cenizas, en ese huerto de ciruelos y manzanos, atravesado por un arroyo transparente. Ahí estás, y me ves pasar por la ruta rumbo a Totoral, todavía viva.

Hay más poesía camuflada entre mi prosa, pero por ahora es suficiente. Volveré sobre el tema.

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